viernes, 2 de marzo de 2012

Mio, tuyo, nuestro.


El egoísmo es una rasgo cada vez más característico de nuestra sociedad. Ahora estamos sumergidos en una catastrófica crisis, pero la más importante no es la económica de la que tanto hablamos, puesto que por su naturaleza cíclica es inevitable que se suceda ahora, y en el futuro. La crisis que realmente debería preocuparnos es la social, la personal, la de los valores de los individuos. Hemos dejado de ser una unidad, hemos dejado de tener compasión y fraternidad por el resto de las personas, hemos dejado de luchar por los beneficios colectivos (si es que alguna vez lo hemos hecho). Lo que ahora impera es el interés individual. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo sólo sabemos mirarnos a nosotros mismos. Nos hemos convertido en el paradigma vivo del mito de Narciso ¿sabéis de lo que os hablo no? Ese joven incapaz de amar a otro que no fuera él mismo. Esta historia no tiene un bonito final, como tampoco lo será el nuestro, ya que terminaremos exterminándonos nosotros mismos…¡Sálvese quién pueda!

 George Carlin definía así la paradoja de nuestro tiempo “Tenemos edificios más altos y temperamentos más reducidos, carreteras más anchas y puntos de vista más estrechos. Gastamos más pero tenemos menos, compramos más pero disfrutamos menos. Tenemos mayores comodidades y menos tiempo, más grados académicos pero menos sentido común, mayor conocimiento pero menor capacidad de juicio. Tenemos más expertos pero más problemas, mejor medicina pero menor bienestar. Hemos multiplicado nuestras posesiones pero reducido nuestros valores.” Nos convertimos en seres avariciosos y envidiosos peleando por querer lucrarnos siempre en una vida de puro materialismo. Nos convertimos en seres pretenciosos y hedonistas intentando gozar por encima de nuestras posibilidades.

¿Qué es lo que nos convierte en seres más humanos y solidarios? Mi conclusión es que la gran excepción que nos salva es la familia. Por ellos si que nos movemos, nos preocupamos y nos entregamos. Sin duda es mi institución favorita. En los últimos tiempos se han producido grandes cambios en ella: transformaciones ideológicas en cuanto a los valores que son prioritarios; cambios a nivel económico, en cuanto al reparto de funciones y trabajos entre sus miembros; y un cambio demográfico, en cuanto a que la composición de la misma se organiza en unidades u hogares que tienen otro tamaño y otra estructura.

Estos cambios, necesarios, se han ido produciendo de manera paulatina provocados por el contexto social. Las transformaciones del entorno han hecho inevitable un reajuste en “el modelo tradicional” pero la esencia de la unidad familia ha hecho gala de una extraordinaria capacidad de adaptación. La familia no se ha desgastado, no ha entrado en decadencia, sino más bien se ha adecuado de una forma exitosa a las nuevas y muy diversas condiciones culturales, sociales y económicas presentes. La familia sigue teniendo un gran valor, por la importancia que se otorga a los lazos de lealtad y obligación que unen a sus integrantes a todos los niveles. Entre ellos hay un grado muy alto de interrelación, solidaridad y dependencia. Formar parte de una no es un mero hábito de la vida cotidiana, es algo mucho más especial. Con la familia uno se implica, se arriesga, se responsabiliza, se entrega sin medida y de forma incondicional. Con ellos nos damos el placer de complacer a otro porque sí, sin esperar nada a cambio.

La actitud, los valores que defendemos frente a nuestros seres queridos son los del progreso, los de la prosperidad, los del desarrollo. Es la conducta necesaria para fortalecer la civilización humana.
La familia es el lugar donde se construye la identidad individual y social de las personas. Son los únicos que nos pueden salvar, es una cuestión de evolución; una generación prepara a la siguiente y desean de forma diligente que quienes tienen que remplazarlos en el futuro sean mejores que ellos. Así pues, por el bien de la humanidad y de la unidad social, eduquemos a los nuestros bajo unos cimientos fuertes, sanos y duraderos. Difundamos los valores de solidaridad, fidelidad, integridad y humildad que ahora permanecen tan postergados. Salvémonos de nosotros mismos.

Dicho esto, paso hablar de las familias en general para dirigirme a la mía en particular porque creo que debería decir más a menudo lo tremendamente orgullosa que me siento de vosotros, de nosotros. Incluyo en mi familia a todas aquellas personas que comparten mis alegrías, mis fracasos, mis sonrisas, mis malos humores, mis miedos, mis sueños, mis locuras…vamos a los que forman parte de mi vida “tiempo completo”. Ojalá fuera tan sencillo como daros las gracias, pero aún así os las doy de corazón. Gracias por la constancia, por las lecciones, por los abrazos, por las conversaciones, por los sacrificios, por la paciencia, por la ilusión, por los besos, por las sorpresas, por la unión, por la entrega, por la fortaleza. Gracias por vuestro inquebrantable amor. Os regalo todo lo que soy, porque sin vosotros nunca hubiese sido la Marina que ahora os escribe. 




Para qué más palabras, sólo necesito dos: os quiero.